Dauphin torturé


Frío y calor, las llamas atravesaban su garganta y hacían el tortuoso viaje por su cuerpo hasta llegar a su estómago; con los brazos a sus costados y ojos cerrados bebió.

-Canta.

Cuando volvió a abrir los ojos pudo observar por primera vez la multitud a su alrededor, eran entes con ojos sedientos y sonrisas lobunas, todos deseosos de poder obtener algo esa noche.

-Canta.

Pestañeó, acostumbrando sus ojos a la luz del salón, ¿cantar? No se sabía canciones, solo recordaba algunas palabras de melodías infantiles. Pero esas personas no habían venido a escuchar canciones de cuna, ellos veían a saborear el triunfo en cada trago y observar la humillación del frágil cuerpo postrado en el escenario improvisado esa noche. Una mano le tendió un papel.

-¿Sabes leer?

Sin esperar respuesta, chocó la hoja en su pecho y regresó a su asiento; por supuesto que sabía leer, su madre no había criado a un inculto, mucho menos a un idiota. Aún tembloroso bajo los ojos y leyó: La Marsellesa, el niño pasó saliva y trató de enfocar su visión, aún borrosa, en las letras. Comenzó.

Risas, insultos y roces; después de algunas semanas ya se había acostumbrado, cada tercer día los guardias lo sacaban sin cuidado de sus aposentos, mientras una horda de entes grotescos lo esperaban en algún lugar escogido previamente, él solo se dejaba llevar.

-Alguien hágalo bailar

-¿Bailar?, no creo que alguien tan idiota conozca el significado de esas palabras.

-Me estoy aburriendo Adrien, no se sabe la letra, no entona bien, ni siquiera parece feliz de vernos, vaya chico más desagradecido te has conseguido.

-Venga Bruno, déjalo acostumbrarse al Calvados, seguro gira como muñequito en caja musical.

Entendió lo suficiente para saber que no estaba haciendo un buen trabajo, vamos, tenía que hacer un buen trabajo; mientras esos monstruos se lanzaban insultos, aprovechó para tomar un respiro, sentía su boca adormecida y las sienes le punzaban.

-Bueno Adrien, dale un trago más y hazlo bailar, vengo aquí a divertirme, no a perder el tiempo en burradas.

Adrien hizo caso, toma su petaca llena de Calvados y le empino un trago al cantante, antes de apartarse le susurró:

-Vas a hacerlo bien mon ami, los niños buenos tienen sus recompensas, pero a los niños malos se les tiene que castigar.

Pasó saliva de nuevo, Adrien le quitó los pantalones, dejándolo solo con un camisón desvaído, le colocó una corona de papel en la cabeza y dándole una última sonrisa con sabor a advertencia fue a su asiento y le indicó bailar.

Ahora las risas eran carcajadas, los borrachos se caían de sus sillas y las manos, que ya de por sí dejaban una presión amarga en él, parecieron intensificarse.

No supo cuánto tiempo bailó, cuantas botellas se vaciaron, ni cuántos entes tomaron su espíritu y lo aplastaron hasta hacerlo polvo, su última esperanza yacía en la salida del sol asomándose por una pequeña ventana en el rincón del salón

Inspirado en Luis XVII de Francia, el delfín torturado.

KGE

Plegarias


La noche vestía con tonos oscuros Downing Street, transeúntes paseaban por la calle y los vecinos charlaban con las mecedoras en sus porches, pero había una casa peculiar. Pintada de azul marino y con escalones desiguales en la entrada, una mujer se asomaba desde las ventanas de arriba, duró allí casi media hora, y poco después de que se fuera, un Corolla 2015 plateado se estacionó en frente.

De adentro salió un hombre grande, tenía una postura imponente y vestía un traje elegante acompañado de una fedora gris. Puso alarma a su coche y subió las escaleras hacía su casa, ya dentro dejó su maletín en la mesa del comedor y el sombrero encima de este, dibujó una sonrisa sincera en su arrugado rostro y subió. Molestia cubrió su cara cuando descubrió que la puerta estaba bloqueada, metió una mano en la bolsa delantera de su pantalón, sacó una llave y abrió.

Dentro se encontraba una mujer joven, tenía escasa ropa y los puños de sus manos arrugaban las sábanas de la cama, tenía ojos rojos, labios hinchados y una mueca que antojaba resignación. El hombre habló:

-¿Cómo estás?, te extrañé muchísimo cariño, Leo ya está cansado del parloteo sobre ti, pero simplemente no puedo evitarlo, te amo demasiado.

Ella quedó muda, ahora sus ojos parecían más grandes, desesperación llenando su iris marrón mientras su mirada viajaba entre la ventana y el hombre que tenía en frente, quien parecía a minutos de perder la poca paciencia que le quedaba.

-Yo estoy bien, gracias por preguntarme mi amor, pero los minutos se me hacían eternos mientras estuve fuera de casa, gracias a Dios ya estoy aquí, mañana tengo turno corto, así que estaré contigo más temprano, ¿podrías cocinarme algo? ¿puede ser lasagna?, sabes que me encanta cuando me consientes.

Ahora ella parecía ida, cambió de posición en las sábanas, revelando pálidos moretones en sus muslos, había un sentimiento pintado en sus ojos, algo entre rencor y miedo, ¿o era amor y hastío?; no importaba, cuando captó su movimiento, la mirada del hombre cambió a una lasciva y hambrienta, parecía incluso que era una persona diferente, el animal dominando al hombre, la bestia tragándose al cordero.

Comenzó a desnudarse, primero desabotonó su camisa azul claro, y después le siguió el pantalón negro junto con su ropa interior, revelando su excitación. Ella volteó su cara cuando él se acercó y comenzó a quitarle su liviano camisón blanco, dando a conocer su desnudez. La tomó del pie con delicadeza y lo besó, trazó líneas desiguales entre sus pantorrillas, escalando a sus muslos, recostó su cuerpo en la cama y besó con ímpetu sus labios.

Ella lo dejó estar, subió su mirada al techo del cuarto y acarició suavemente los omóplatos del hombre, él se separó de su boca, la miró a los ojos y le susurró un te amo llenó de devoción, para después seguir con un camino de besos por su pecho. Con esas palabras la mujer cerró los ojos, apretó los labios y relajó su cuerpo en el colchón, poniendo de su parte para lo que venía a continuación.

KGE

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